¿Puede la poesía hacer juicios morales?



Material para la discusión. Sesión del lunes 23/11/2015


¿Puede la poesía hacer juicios morales?: George Eliot, en Middemarch que es su obra maestra, reboza observaciones morales fascinantes, como lector “uno debería decidir si el juicio moral es relevante y después tendrá que juzgar por su cuenta”. Por eso si la manera Chejoviano-hemingwayana nos satisface el apetito de la realidad, la Kafkiano-borgiana nos enseña cuál ávidos seguimos estando de lo que hay más allá de la realidad supuesta.
La poesía tiende a ser más libre respecto que a la filosofía y la ficción. La poesía es la culminación de la literatura imaginativa, de un mundo abstracto, el poema atrapa y mantiene a la perfección el acento tardío en lo que percibimos, es una lírica generalmente amorosa , la especie más triste: La que recuerda sueños juveniles con frecuencia visionaria y por “visionario” entiendo un modo de percepción por el cual objetos, personas y acontecimientos son vistos con una intensidad amplificada con dejos proféticos, la poesía intenta domesticar al lector para llevarlos a un mundo donde todo lo que mira tiene un aura trascendental. La poesía nos ayuda a comunicarnos con los otros; pensar lo contrario es bello idealismo. La marca más frecuente de nuestra condición es la soledad ¿cómo poblaremos esa soledad, entonces? Los poemas pueden ayudarnos a hablar más plena y claramente con nosotros mismos. Hablamos con una otredad que hay en nosotros. Leemos y escuchamos poesía para encontrarnos plenamente y con más sorpresas de la que habíamos esperado. Un contemporáneo de Tenyson, el filósofo John Stuart Mill, en su ensayo “¿Qué es poesía? (1833), dice de un aria de Mozart “la imaginamos oída al pasar”. También la poesía, da a entender Mill, es algo que se oye como de pasada, o más que el sentido habitual de oír. Para muestra leamos a uno de los padres de la iglesia San Agustín en sus Confesiones y su salmo abecedario isosilábico, la prosa rimada que influencio significativamente en la literatura y en la música medieval, hay que leer a Whitman y a su mentor Emerson que innovó sobre todo en la forma y la actitud poética. Como Shakespeare y William Blake, igual que Emily Dickinson con el que hay que estar preparado para luchar con su originalidad cognitiva , nos educa para pensar con más sutileza y con más conciencia sobre lo difícil que es romper con las respuestas convencionales que nos han inculcado, de los sonetos que son a su vez autobiográficos y universales, personales e impersonales, irónicos, apasionados, bisexuales y heterosexuales, íntegros escindidos y heridos; Walt Whitman nos ofrece tres metáforas de su ser: yo, mi alma y el yo real o mí mismo. En los sonetos hay casi tantas metáforas del ser de Shakespeare. ¿Qué es lo que es su sustancia? ¿De qué estás tu hecho que mil sombras se te trasparecen?
¿Es suficiente el análisis filosófico con respecto a la poesía?
Goethe comentó de Shakespeare, que cada una de sus obras “gira alrededor de un punto invisible que ningún filosofo ha descubierto o definido y donde la cualidad característica de nuestro ser, de nuestro presunto libre albedrío, colisiona con el inevitable curso de la totalidad de las cosas.” Goethe distingue entre literatura antigua y moderna. En la literatura antigua, el conflicto tiene lugar entre la obligación moral y su cumplimiento, mientras que en la moderna la lucha es entre el deseo y su satisfacción. En un momento de sus conversaciones con Eckermann, Goethe le pide a su boswell particular, que lea por él Raséelas, de su contemporáneo Johnson. Una conversación entre Johnson y Goethe es casi inconcebible. Quizás si pusiéramos en la Eternidad a Shakespeare, Platón y Oscar Wilde, pudiéramos crearla.
Imlac, la voz de Johnson en Rásselas el Johnson crítico como en el capítulo 10, donde discursea sobre poesía: El oficio de poeta dijo Imlac-es contemplar, no lo individual sino lo genérico; notar las características de los grandes fenómenos; el poeta no cuenta las rayas del tulipán ni describe la diferentes sombras en el verdor de la selva, debe mostrar en sus pinturas de la naturaleza aquellos trazos prominentes y llamativos que evocarían el original en todas las mentes y debe olvidarse de distinciones minuciosas, que uno puede captar y otro no notar, y preocuparse de aquellas características que son igualmente obvias al atento y al distraído. Más el conocimiento de la naturaleza es sólo la mitad de la tarea del poeta; tiene que familiarizarse con todos los aspectos de la vida. Su carácter requiere que evalúe la felicidad y la desgracia de cada cual, que observe las fuerzas de todas las pasiones en todas sus combinaciones y que desde la vivacidad de la infancia hasta el abatimiento de la decrepitud, estudie los cambios del humano pensamiento según los efectúan las diferentes enseñanzas y las casuales influencias del clima y costumbres. Debe despojarse de los prejuicios de su siglo y país, debe entender el bien y el mal en su forma abstracta y absoluta. Debe ignorar las leyes e ideologías del momento y elevarse a verdades generales y trascendentes, que serán siempre las mismas; se contentar, por tanto, con el lento progreso de su fama, desdeñará el aplauso de sus contemporáneos y confiará sus pretensiones a la justicia de la posteridad. Deberá escribir como intérprete de la naturaleza y legislador de la humanidad y pensar que preside las ideas y costumbres de las generaciones futuras, como ser que está por encima del tiempo y el espacio.
Sus trabajos no terminan ahí; debe conocer mucha lenguas y ciencias y para que su estilo sea digno de sus pensamientos, debe, por la práctica constante, familiarizarse con toda delicadeza de palabra y toda exquisitez de armonía. 

(Samuel Johnson, La historia de Rásselas príncipe de Abisinia. Madrid, Alianza, 1991, trad Pólluv Hernüdez).