Fernando Pessoa (1888 - 1935)
El guardador de rebaños
Desde
la ventana más alta de mi casa,
con
un pañuelo blanco digo adiós
a
mis versos, que viajan hacia la humanidad.
Y
no estoy alegre ni triste.
Ése
es el destino de los versos.
Los
escribí y debo enseñárselos a todos
porque
no puedo hacer lo contrario,
como
la flor no puede esconder el color,
ni
el río ocultar que corre,
ni
el árbol ocultar que da frutos.
He
aquí que ya van lejos, como si fuesen en la diligencia,
y
yo siento pena sin querer,
igual
que un dolor en el cuerpo.
¿Quién
sabe quién los leerá?
¿Quién
sabe a qué manos irán?
Flor,
me cogió el destino para los ojos.
Árbol,
me arrancaron los frutos para las bocas.
Río,
el destino de mi agua era no quedarse en mí.
Me
resigno y me siento casi alegre,
casi
tan alegre como quien se cansa de estar triste.
¡Idos,
idos de mí!
Pasa
el árbol y se queda disperso por la Naturaleza.
Se
marchita la flor y su polvo dura siempre.
Corre
el río y entra en el mar y su agua es siempre la
que
fue suya.
Paso
y me quedo, como el Universo.