Johann Wolfgang von Goethe (1749 -1832)
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Si el ingenio y la ilustración elevada
llegasen a ser un patrimonio común, el poeta lo pasaría bien. Podría ser
siempre totalmente verdadero y no tendría por qué temer el decir lo mejor. Pero
ha de mantenerse en un cierto nivel; tiene que pensar que sus obras caerán en
manos de un mundo muy mezclado, y, por ello, deberá cuidar de no molestar con
una franqueza demasiado grande a la mayoría de la buena gente y, además, el
tiempo es una extraña cosa. Es un tirano, lleno de caprichos, que responde en
cada siglo con un gusto diverso a lo que uno dice o hace, lo que le estaba
permitido decir a los antiguos griegos, a nosotros ya no se nos consiente, y lo
que le agradaba a un fuerte contemporáneo de Shakespeare, no lo puede soportar
el inglés de 1820; hasta el punto de que hoy se siente intensamente la
necesidad de un family- Shakespeare.
Además, depende mucho de la forma. Una
de esas dos poesías, escrita en el tono y metro de los antiguos, resulta mucho
menos atrevida. Algunos de los motivos, en sí, son fuertes, sin duda; pero la
manera de tratarlos presta al conjunto tanta grandeza y dignidad, que es como
si oyésemos hablar a un antiguo lleno de fuerza y salud, o como si nos
retrotrajésemos a la época de los héroes griegos. En cambio, la otra poesía,
escrita en el tono y metro del maestro Ariesto, es mucho más incitante. Trata
de una aventura de hoy, en el lenguaje de hoy, y por penetrar así, sin
veladuras, en nuestra vida actual, los atrevimientos resultan más llamativos.
Goethe.
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